jueves, 3 de octubre de 2013

Cómo ser mujer (y III)


"Casi todo el machismo se debe a que los hombres están acostumbrados a que seamos las perdedoras. Ese es el problema. Sólo tenemos un mal status. Los hombres están acostumbrados a que lleguemos en 2º lugar, o seamos completamente descalificadas. Los hombres nacidos en la era prefeminista fueron educados así: madres ciudadanas de 2ª; hermanas a las que había que casar; compañeras de colegio que estudiaban secretariado para luego convertirse en amas de casa. Mujeres que se desconectaban. Desaparecían.

Estos hombres son los directores generales de nuestras grandes compañías, los grandes tipos de la bolsa, los asesores de los gobiernos. Ellos imponen el horario laboral y los permisos de maternidad, las prioridades económicas y las convenciones sociales. Y, por supuesto, en su fuero interno no sienten la igualdad: el machismo corre por la sangre de su generación, junto con el gusto por los pudines hervidos, los azotes y el golf. Su reacción automática es considerar a las mujeres como “otros”. El prejuicio tan arraigado contra las mujeres trabajadoras, liberadas sólo morirá cuando mueran ellos”.

Porque ni siquiera los historiadores feministas más entusiastas, hombres o mujeres –que hablan de las amazonas, de las tribus matriarcales y de Cleopatra-, pueden ocultar que las mujeres lo han hecho de puta pena durante los últimos cien mil años. Vamos, admitámoslo. Dejemos de fingir penosamente que hay una historia paralela de mujeres tan victoriosas y creativas como los hombres, sistemáticamente machacadas por el hombre. No la hay. Nuestros imperios, ejércitos, ciudades, obras de arte, filósofas, filántropas, inventoras, científicas, astronautas, exploradoras, políticas e iconos caben todas, cómodamente, en una de las cabinas privadas de karaoke del SigStar. No tenemos ninguna Mozart; ninguna Einstein; ninguna Galileo; ninguna Gandhi. Ningunas Beatles, ninguna Churchill, ninguna Hawking, ninguna Colón. Sencillamente no ocurrió”.

“Así que, entonces, ¿por qué no hicimos nada?.

Basándome en mi propia experiencia personal, los cien mil años de superioridad masculina tienen su origen en el mero hecho de que los hombres no sufren cistitis. ¿Por qué no fue una mujer quien descubrió América en 1492? Porque, n la época anterior a los antibióticos, qué mujer se habría arriesgado a coger una cistitis en mitad del Atlántico y pasarse el resto del viaje confinada en el retrete, llorando y gritando de vez en cuando: “¿Alguien puede ver ya Nueva York? ¿Me pasas un perrito caliente por el portillo?”.

Somos, físicamente, el sexo débil. No somos tan buenas levantando piedras, matando mamuts o remando. Además, el sexo comporta a veces la complicación añadida de dejarnos embarazadas y hacernos sentirnos “demasiado gordas” para conducir un ejército a la India. No es una coincidencia que los intentos de emancipación femenina consiguieran avanzar sólo con la doble exégesis de la industrialización y la anticoncepción. (…) En tiempos más primitivos, para mí los anteriores al estreno de “Armas de mujer” en 1988”.

Las mujeres, no tiene vuelta de hoja, han estado realmente puteadas por el hecho de gustar a los hombres. Podemos ver cómo el deseo del hombre por la mujer ha desencadenado a lo largo de la historia las mayores brutalidades. Ha provocado cosas terribles, porque los hombres han sido la fuerza dominante, sin nada que regulara o controlase su comportamiento. No es exagerado hablar de una “tiranía sexual”, y de una “completa mierda”. Todavía vive gente en este país que recuerda cómo los hombres podían violar a su mujer: no se consideraba que ésta tuviera una identidad sexual propia, el derecho a negarse. Alemania sólo lo declaró delito en 1997; Haití, en 2006. Todavía es legal, entre otros lugares, en Pakistán, Kenia y las Bahamas. Incluso en países donde está penalizado, hay muy poca voluntad en los procesamientos: Japón y Polonia han sido especialmente criticados por las organizaciones de derechos humanos por el escaso nº de condenas. Existen muchas zonas del mundo donde las mujeres –con la aprobación explícita o no explícita del Estado –están consideradas poco más que juguetes sexuales retocados para los hombres”.

“¿Qué son los locales de striptease y de bailes eróticos sino versiones light de la historia completa de la misoginia?”. Siempre he pensado eso, qué razón tiene.

“Porque aunque haya un montón de cosas horribles achacables a los hombres (guerras, violaciones, bombas atómicas, quiebra de la bolsa, Top Gear, meterse la mano por la parte delantera del chándal y recolocarse los sudorosos huevos en el autobús, y luego agarrar la barra que yo tengo que agarrar también, cubierta ahora del sudorcillo de sus pelotas), las bodas indudablemente son responsabilidad de las mujeres”.

Nos cuenta de forma hilarante cómo fue su boda: “Avanzo tan deprisa por el pasillo central que, a mitad de camino, me percato de que voy a llegar antes de que acabe la música. Me doy cuenta, asimismo, de que estoy radiante, casi altiva, y me preocupa cómo pueda sentarle a la juez de paz.

¡Va a pensar que no me lo tomo en serio!, pienso aterrada. Se negará a casarme, basándose en que soy una arrogante!.

Inmediatamente, aminoro el paso y pongo cara de funeral. Más tarde, mis hermanas dicen que estaban convencidas de que acababa de sentir las primeras punzadas de una cistitis, y que todas rebuscaron en el bolso el frasco de citrato de potasio que siempre llevamos encima”.

Esto ya no es una cuestión de feminismo o machismo, sino de simple estupidez: “Se juzga a las mujeres por el modo en que visten de una forma que a los hombres le resultaría incomprensible. Ellos jamás han sentido ese momento embarazoso en que alguien evalúa lo que llevas, y luego empieza a hablarte en tono condescendiente, o a mirarte con lujuria, o supone que no vas a “entender” la conversación –sea de trabajo, de crianza de tus hijos, o de cultura- sólo por el modelo que te has puesto ese día”.

“Con la llegada de la moda de masas, ni una sola prenda de la ropa que se vende es “para” la mujer que la compra”.

“Pero, como es natural, las personas que han estado psicológicamente machacadas no empiezan a hacer cosas gloriosas, seguras, ostentosas nada más ser liberadas. En vez de eso, se quedan pensando: “¿Qué coño ha pasado?”, intentando entender por qué ocurrió, intentando –a menudo- dilucidar si fueron ellas las culpables.

Tienen que averiguar cuál es su relación con el antiguo agresor, e idear nuevas estructura de mando, si es que deciden tenerlas. Hay una necesidad de compartir experiencias y comprender a) qué es lo “normal” y b) si lo quieren ser. Y, sobre todo, tardan tiempo en encontrar lo que creen en realidad y qué piensan por sí mismas. Si cuanto te han enseñado es la historia, los valores y los razonamientos de los vencedores, se tarda mucho, muchísimo tiempo en comprender qué partes quieres quedarte y qué partes quieres desechar; cuáles son venenosas para ti y cuáles pueden salvarte.

En pocas palabras, hay un largo período de darse palmaditas en la espalda mientras uno se pregunta “¿Estoy BIEN? ¿Me encuentro bien?”; y a menudo dejar que reine un larguísimo y meditabundo silencio antes de pasar a la acción”.

“En el siglo XXI, cualquier mujer que triunfe en el ámbito que sea no necesita “humanizarse”. (…) Que parezca un poco indómita y distante. Que adquiera misterio, clarividencia y una absoluta y terrorífica invulnerabilidad si lo desea”.

“Las arrugas y las canas son el modo de decirte la naturaleza que no te acuestes con cualquiera (…) Las arrugas son tu arma contra los idiotas. Las arrugas son tu señal “no te acerques a esta mujer sabia e intransigente”.

“Cuando has pasado milenios sin que te permitan hacer nada, tiendes a ser autocrítica, analítica y reflexiva porque es lo único que puedes hacer realmente, aparte de a) estar buena y b) encerrarte en ti misma”.

Caitlin dedica un capítulo al aborto que se hizo practicar cuando se quedó embarazada por 3ª vez. Cuenta que se sintió inquieta 2 ó 3 días y después siguió con su vida como si nada. Sin embargo describe con crudeza y una forzada distancia lo que sintió cuando ocurrió aquello y todo lo que vió. A mí me parece algo tremendo, y si he estado siempre en contra de la interrupción del embarazo, tras leer esto lo estoy aún más. Ella lo trata como una experiencia más en la existencia de una mujer, y anima a sus lectoras a hacer lo mismo si se ven en una situación parecida. Para mí es algo lamentable sobre lo que prefiero pasar página.

En general es un libro entretenido que me ha hecho reir mucho pese a ser el suyo un humor bastante chocarrero, pero que encierra verdades muy profundas sobre la situación de la mujer en el mundo, cosas que no suelen debatirse abierta y públicamente, y sobre las que siempre he pensado. De hecho creía que sólo unas pocas nos percatábamos de esta cruda realidad, ya que nadie le había puesto palabras hasta ahora. Es un alivio ver que alguien ha sido capaz de elevar su voz por encima de convencionalismos para decir verdades como puños, y encima permitiéndose el lujo de reírnos con ello. Poner humor a lo que muchas veces tiene maldita la gracia.

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