Estaba buscando otra cosa y de repente leo: “Macaulay Culkin recuperado”. Precisamente me había venido a la memoria, hace pocos días, no sé por qué. Siempre que lo evoco siento tristeza, incertidumbre y temor. Tristeza por lo que ha sido su vida, incertidumbre porque se empeña en caminar por una cuerda floja, y temor porque no se sabe qué le puede suceder, con los excesos que comete y las malas compañías de las que a veces se rodea.
Ese Pete Doherty, que lleva años comportándose como un adolescente neurasténico, a pesar de que ya tiene sus años, no es el amigo ideal que digamos para alguien con la sensibilidad y los desequilibrios emocionales de Macaulay. La verdad es que circulan todo tipo de barbaridades sobre el actor en Internet, y ya no se sabe qué creer. Las imágenes no son tampoco muy halagüeñas, con el pelo teñido de colores y disfrazado de forma extravagante. Me horrorizan especialmente unas en las que se le ve con un maillot y unas alzas, como un transformista. Todo por llamar la atención, para que no lo olviden. Es como si clamara“¡Eh! ¡Que estoy aquí!”.
Se dice que es drogadicto. Su aspecto tan desmejorado a principios de este año no hacía presagiar nada bueno. Estaba en los huesos y con un gesto extraño, como suele tener en los últimos tiempos, mezcla de orgullo y melancolía, como si no quisiera que nadie le compadeciese y se protegiera de la crítica ajena, pero al mismo tiempo dejando traslucir esa parte de sí mismo que es presa de la desolación porque no encuentra su lugar en el mundo, no consigue estar en paz. Los medios de comunicación se han cebado siempre con él, lo ridiculizan hasta el extremo. Es repugnante.
Cuántos artistas han seguido su camino, y más cuando han sido niños prodigio. Si la niñez no se desarrolla en condiciones normales, el resto de la vida suele ir en picado. Aunque nos deleiten con su precoz talento, no deja de ser una explotación infantil. Se les exprime para sacarles todo su jugo y cuando llegan a adultos y pierden ese encanto y esa ingenuidad propia de los niños, se les desecha como si ya no sirvieran para nada.
Con Macaulay ha sido un proceso especialmente sangrante. Siendo aún menor de edad demandó a sus padres, que durante su divorcio se habían estado repartiendo los despojos de la fortuna de su hijo, sin contar con éste, como buitres que se pelean por la carroña. De los muchos vástagos que tuvo esta pareja, hippy en su juventud, Macaulay fue el que peor parado salió, cuando parecía todo lo contrario, al ser el “elegido” para la gloria, el más guapo y talentoso de todos ellos, la gallina de los huevos de oro. Es desolador cuando todo a tu alrededor se derrumba, cuando tu entorno más cercano resulta ser frío y extraño, y ya no puedes confiar en nadie.
Fue a él y no al resto de sus numerosos hermanos al que no dejaron tener una infancia normal. Uno de ellos también hizo sus pinitos en el cine, pero sin consecuencias. La sombra de Macaulay era muy alargada, y el parecido muy lejano, no resistió la comparación. Realmente es distinto al resto de su familia, no parece que pertenezca a ella. Ningún actor de éxito tiene una existencia normal, da igual cual sea su edad. La fortuna ganada hace que puedas permitirte el lujo y el desenfreno. Conoces a figuras míticas que jamás habría pensado conocer, como Michael Jackson, con el que mantuvo de niño una gran amistad, otro ser sin infancia, y al que defendió ya de adulto cuando pesaron sobre el cantante aquellas terribles acusaciones.
Todo es como un sueño. O como una pesadilla si te dejas atrapar en ese torbellino. Qué pasa cuando no te reciclas, cuando ya no estás de moda y ya nadie te contrata. Pocos son los que superan la barrera de la edad. Y luego está esa fama que tienen los actores de inestables. Si sumamos todo eso, resulta un cocktail explosivo.
En la noticia de un Macaulay Culkin recuperado se ven fotos de él con dos amigos en un estudio de pintura. Se dice que ha reformado su apartamento para convertirlo en un taller con el que desarrollar su nueva faceta artística. Y ha organizado una exposición. Es la 1ª vez que aparece con un rostro sereno, hecho ya un hombre a sus 33 años. Incluso parece que se han reducido sus “morritos”, esos labios rojos y carnosos que fueron siempre su seña de identidad, y tiene ahora un aspecto más corriente, y más saludable.
En su última aparición pública estaba irreconocible, con un look diferente, el pelo largo y la complexión fuerte, imitando a Kurt Cobain, que aparece también en sus cuadros. Puede que ahora se haya obsesionado con él, lo cual no deja de ser inquietante. Aunque no es el único, a mí también me pasó cuando lo descubrí, es un ser magnético. Macaulay es camaleónico, como buen actor, o quizá por esto esté actuando sólamente, interpretando un papel más, poniéndose en la piel de otra persona, y además alguien a quien admiras.
Ojalá que tenga éxito en este nuevo rumbo que ha tomado, y que le dure mucho tiempo, pues es eso lo que necesitaba, una ocupación, una actividad con la que pueda tener el reconocimiento del público como solía tener antes, una ilusión que de sentido a su vida, independientemente del dinero que pueda reportarle, y del que no creo que Macaulay ande escaso. No le hace falta, él busca otra cosa.
Los hay que dejan atrás épocas que consideran quemadas, superadas, se resignan a que haya acabado lo bueno que tuvieron. Otros no, no quieren superar nada porque aquello que tenían es la esencia de su ser, es el verdadero motor de sus vidas, y no quieren o no saben hacer otra cosa. Quitarles eso es aniquilarlos.
Lo de Macaulay ha sido una lenta agonía, un deterioro progresivo y constante de su persona. A mí me conmueve no sólo por lo adorable que fue de niño, sino también porque es horrible contemplar la autodestrucción de cualquier ser humano, y más cuando nos ha dado lo mejor de sí mientras pudo, y porque comprobamos lo cruel que puede llegar a ser el destino. Afortunadamente, hoy comienza una nueva etapa, un nuevo sueño. Le deseamos lo mejor.
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