martes, 1 de octubre de 2013

Cómo ser mujer (I)


A veces, cuando busco en una librería algo que pueda resultarme interesante, termino encontrando lo que nunca hubiera imaginado. Así fue con Cómo ser mujer, de Caitlin Moran, picada mi curiosidad con el gancho que aparecía en la contraportada sobre que hablaba de todas aquellas cosas que normalmente las mujeres comentamos entre nosotras, en la intimidad de nuestros círculos femeninos o que nos decimos a nosotras mismas, pero que nunca suelen airearse. El asunto prometía tener mucha miga.

Frases como “Tengo un momento de lucidez de lo más desagradable”, o “Las siguientes 8 horas fueron las peores de mi vida que no hayan terminado en una episiotomía”, anticipaban mucha jocosidad.

La autora comienza hablando de su infancia y adolescencia. “Una adolescente se vuelve de pronto fascinante para los demás, que empiezan a bombardearla con preguntas: ¿Lo has hecho ya? ¿Quieres una calada de esto? ¿Te vas a hacer una depilación brasileña? (…) En el colegio veía cómo algunas de mis compañeras optaban por no ser mujeres activas –capaces de trazar solas su destino- sino princesas que se limitaban a esperar que alguien las “encontrara” y se casara con ellas”.

“Pocas chicas elegirán hacer lo que está bien –lo que está bien en el fondo de su ser inteligente y luminoso- a costa de quedarse solas”.
Le dedica muchas páginas al feminismo, y estoy absolutamente de acuerdo con todo lo que sobre el tema dice. Me encanta su característico toque de humor. “Son los temas que hay que abordar. Y hay que hacerlo como si fuera un partido de rugby, con el rostro hundido en el barro y muchos gritos alrededor”.

Estamos jugando con nuestras muñecas Sindy Bonnie, la de mi hermana, lleva cuatro horas asesinando en secreto a todos los pasajeros de un lujoso crucero. La mía, Layla, intenta resolver el misterio. Bernard, el Action Man de una sola pierna, sale con las dos al mismo tiempo (…) Diez minutos después hay diez compresas Pennywise en el suelo, como si fuera un dormitorio, y varias Sindys duermen sobre ellas”.

A propósito de los dolores y otras molestias menstruales, su hermana Caz lo tiene muy claro: “No quiero tener hijos. Así que no voy a sacar nada de esto. Quiero que me quiten todo el sistema reproductivo, y lo sustituyan por otro juego de pulmones, para cuando empiece a fumar. Quiero esa alternativa. Esto no tiene sentido”.Pero la cosa no se detiene ahí. Que nadie se escandalice por favor. “El vello púbico, este triángulo del tamaño de la palma de la mano ha llegado a tener un significado psicosexual mayor que la combinación de estado civil e ingresos económicos”.

“Sólo hay 4 cosas que una mujer adulta, moderna, deba tener: un par de zapatos amarillos (es sorprendente, pero combinan con todo), un amigo que aparezca y pague una fianza a las 4 de la mañana, una receta infalible de pastel y un buen felpudo. Un gran sexo peludo. Un estupendo pubis velludo que, cuando esté sentada, desnuda, parezca un pequeño titi en su regazo. Un titi domesticado que pueda mandar a birlar cosas cuando lo necesite: como el mono amaestrado de “Indiana Jones en busca del arca perdida”.
Caitlin está en contra de la depilación púbica, algo en lo que coincido con ella, a excepción claro está de cuando hay que ponerse un bañador o un bikini. Aunque ella no hace excepciones, y trata el tema con mucha sorna. “Me acuerdo de cuando era toda peluda por aquí –diré, con tristeza, en el vestuario del gimnasio Virgin Active, rodeada de genitales suaves y rosados-. Pelos hasta donde alcanza la vista. Salvajes e indomables. Un refugio frondoso de la naturaleza. Lugar de juegos de mi juventud. Solía pasar horas en él. Ahora…, ahora está todo depilado y desierto. La vida salvaje ha desaparecido. Los bulldozers han entrado en él. Van a construir un nuevo Morrisons (cadena de supermercados inglesa) aquí, en las vaginas”.

Y prosigue con su alegato, tan poco ortodoxo. “No puedo creer que hayamos llegado a un punto en el que nos cuesta dinero tener un coño. Nos están obligando a pagar por el cuidado y mantenimiento de nuestra entrepierna como si se tratara de un jardín de la comunidad. Es un impuesto oculto. El IVA del coño. Es un dinero que deberíamos gastarnos en la factura de la electricidad, en queso y en boinas. En vez de eso, lo estamos gastando en hacer que nuestros chihuahuas parezcan una repulsiva pechuga de pollo del Lidl. Malditas seáis, costumbres-pornográficas-que-habéis-conseguido-meteros-en-mis-bragas. ¡Malditas seáis!”. Caitlin está convencida de que esta tendencia proviene del consumo creciente y masivo de pornografía.

“Estar tirada en una hamaca, peinando delicadamente con los dedos tu coño peludo mientras miras al cielo, es uno de los grandes placeres de la edad adulta. Después de lavotearte, tu chochito a lo afro debería estar sedoso y abombado; la palma de la mano puede dar botes, suavemente, sobre él como si fuera un minúsculo trampolín de pelo”.
“Ni se te ocurra pensar que no deberías subirte a esa silla y gritar: ¡Soy feminista! Si eres un chico. Un feminista varón es uno de los productos finales más gloriosos de la evolución. Un hombre feminista debería desde luego estar subido en la silla, para que nosotras, las señoras, pudiéramos brindar por ti con champán antes de codiciar tu cuerpo salvajemente. Y quizá nos cambiaras esa bombilla mientras estás ahí arriba. No podemos hacerlo solas. Hay una telaraña enorme en la esquina”.

También hace referencia a una infancia sin amigos. “Pero, afortunadamente, no estoy sola porque, como les ha ocurrido antes a millones de niños solitarios, me cuidan los libros, la televisión y la música”.

Admira a la escritora Germaine Greer, pues se identifica con todo lo que dice. “Greer tiene esa velocidad imparable de los que juegan hasta el límite de sus posibilidades. Y el regocijo vital de saber que dice cosas que nadie ha dicho antes. Sabe que ella era el nuevo frente borrascoso; la tormenta que se avecinaba”. Luego sigue con el feminismo. “¿Desde cuándo se confunde el feminismo con el budismo?. ¿Por qué demonios, por el hecho de ser mujer, tengo que ser amable con todo el mundo?”.

“Cuando la genta afirma que las mujeres han estado siempre en un 2º plano por culpa de otras mujeres, por despellejarse unas a otras, creo que se está sobreestimando seriamente el poder de un comentario cáustico y malicioso en el descanso del pitillo”.
Por supuesto, el feminismo sólo te llevará hasta ese punto, el preguntarte qué es y si lo secundas; luego necesitas ir de compras. (…) Personalmente, encuentro absurda la idea de que las mujeres “adoran” ir de compras; casi todas las que conozco tienen ganas de llorar después de pasarse 45 minutos recorriendo las tiendas de moda en busca de una camisa, y se apresuran a beber ginebra en las tristes ocasiones en que tienen que encontrar un vaquero”.
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