Arno Breker, nacido en los albores del siglo pasado, fue un escultor y arquitecto alemán. Su padre fue también escultor. Tras estudiar Bellas Artes se traslada a París, donde toma contacto con las obras de Auguste Rodin, entre otras. Después marcha a Roma. En Florencia se sentirá cautivado e influido profundamente por la obra de Miguel Ángel.
Sus amigos de su tierra natal le convencen para que regrese. En 1936, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Berlín, recibe el pedido de tres estatuas para el estadio. A partir de entonces trabajará para Hitler, siendo ésta su etapa más fructífera. Sin embargo, durante la guerra, ni la cuarta parte de sus obras se salvó del bombardeo enemigo.
Tras la guerra sigue dedicándose a la escultura y a la arquitectura. Dedica mucho tiempo a la realización de bustos de personajes conocidos, como Salvador Dalí.
Por su relación con la Alemania nazi su trabajo no tuvo la repercusión y el reconocimiento que cabría esperar. Cuando unos años antes de morir quiso participar en una exposición en París, muchos escultores amenazaron con retirar su obra si él exponía.
Llama la atención la perfección de sus figuras masculinas, hercúleas y viriles, de una belleza absoluta, representadas con frecuencia en actitudes de fuerza. La representación del cuerpo femenino quizá no esté tan lograda, pero es también delicada y hermosa.
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