martes, 2 de agosto de 2011

Un poco de todo (XXI)


- Hoy Anita cumple 14 años. Le he regalado unos cascos blancos muy bonitos para escuchar música en su Mp3, pues no hace mucho se trajo a casa unos que le había prestado una amiga y dijo que le gustaría tenerlos. Son mucho mejor que los auriculares, que terminan haciendo daño al oído. Le compré una tarta selva negra y unas velas de número doradas.

El año pasado ya pude empezar a pasar sus cumpleaños con ella, pues he estado tres años que como nos ateníamos al pie de la letra a lo estipulado en el convenio de divorcio, en cuanto empezaba agosto se tenía que ir con su padre. Luego hemos dejado de ponernos tan estrictos. Al fin y al cabo se van hasta bien entrado septiembre, porque son las fiestas del pueblo de su padre, y yo nunca me he opuesto. Con tal de que se lo pasen bien....

Esta tarde ya se van ella y su hermano. Están contentos, y a mí también me parece que se me va haciendo menos difícil tener que separarme de ellos tanto tiempo. Antes vivía su ausencia como un duelo.

Ana llegó una madrugada de verano, a eso de la una y veintisiete más o menos. No recuerdo si fue esa noche o la del día siguiente cuando estalló una gran tormenta de verano, de esas con mucho ruído y aparato eléctrico. Qué tormentosa viene la niña, pensé, qué carácter va a tener. Estábamos en un piso alto del hospital y los rayos se vislumbraban muy cercanos por las ventanas. Daba un poco de miedo.

La tuve nada más nacer junto a mí en la habitación, sin apenas haberla limpiado los que se tenían que encargar de hacerlo, pues a esas horas el nido estaba cerrado. No sentí la angustia y el desconsuelo que con Miguel Ángel, al que sí separaron de mi lado nada más nacer, como hacen con todos los bebés, para ponerle vacunas y tenerlo en observación en el nido. Anita sí pudo estar conmigo todo el tiempo, salió del paritorio a mi lado en la cama en la que nos llevaron a la habitación. Ella es como yo, mujer de verano. Y ya han pasado catorce años....

- Son increíbles los ganchos comerciales que utilizan ciertos establecimientos para atraer a la clientela. Ha habido una temporada que en el Opencor que está cerca de mi barrio se han dedicado a regalar cuchillos a mansalva sólo por el hecho de comprar allí. Armas blancas de todos los tamaños, fabricadas en Japón. Ahora todos los vecinos de varios kilómetros a la redonda estamos armados hasta los dientes. En sitios como el Bronx estas ofertas no creo que fueran muy acertadas. Vamos a parecer samurais.

En otras ocasiones han ofrecido otras cosas, pero esta de los cuchillos me llamó mucho la atención. No sé qué será lo siguiente que se les ocurra. 



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