miércoles, 24 de agosto de 2011

Un poco de todo (XXII)


- Atención al post de Lorza girl del día 19 de agosto. En él escribe su Credo, del que extraigo algunos de los pensamientos que más me han gustado:

Creo que la mejor forma de creer en dios es creer en las posibilidades de la raza humana, pensar siempre lo mejor de los demás y tratar de ser la mejor persona posible en cada momento.

Creo que las creencias se elaboran por un proceso que se desarrolla a lo largo de toda la vida, que pueden variar según nuestras circunstancias, y que no están determinadas por ceremonias.

Creo que ninguna persona debería autodenominarse portavoz de la opinión de dios, de ninguno de ellos, porque aparta de dios a todas las personas que opinen de una forma diferente.

Creo que la piedad no consiste en rezar sino (,,,), en pensar en el bien de los demás y no sólo en el de uno mismo, en sentir el dolor de otros y desear aliviarlo.

Lorza girl me hace reir en la mayoría de las ocasiones con su particular sentido del humor, pero esta vez me ha hecho reflexionar por la forma como mira el mundo.

- Estaba viendo hace unos días por la noche un pequeño reportaje sobre Craig Kelly, un treintañero famoso por su maestría en el snowboard extremo, que practicaba en Canadá. Murió cuando decidió hacerse guía de montaña y se le vino encima una avalancha.

La verdad es que era impresionante ver cómo se deslizaba por laderas escarpadas que eran casi paredes verticales, con qué armonía, con cuánta seguridad, cuánta belleza en esas imágenes suyas descendiendo a gran velocidad, levantando a su paso una nube de blanca nieve pulverizada, sorteando todo tipo de obstáculos con unos reflejos sorprendentes. Con su tabla hacía medias lunas sobre las rocas medio cubiertas por la nieve, usaba los escollos para su disfrute también. Cuánta plasticidad en esas imágenes.

Lo que me dejaba de piedra era verlo tirarse por un precipicio y aterrizar muchos metros más abajo con su tabla con una agilidad y una flexibilidad asombrosas. No sé cómo sus piernas resistían el impacto. Por unos segundos interminables permanecía flotando en el aire mientras caía, como si quisiera subvertir las leyes de la Naturaleza. Era valeroso, magnífico.

Practicaba sobre todo el freeride, que es la bajada fuera de pistas, algo que en muchos sitios está prohibido por su peligrosidad. Algo así como ir por donde la nieve no ha sido pisada, por donde no han pasado las máquinas. De hecho en el reportaje se veía cómo se iban desprendiendo capas de nieve a su paso, formando mini aludes que le perseguían y parecían alcanzarle en ciertos momentos. Pero él siempre se desmarcaba y conseguía ir más rápido.

En un cierto momento confesaba que la muerte era algo que tenía presente pero en lo que prefería no pensar. Hay que vivir el momento con intensidad. Después de decir ésto miraba a otro lado, daba un gran suspiro y se quedaba como meditando sobre ello. Quizá intuyera que era una realidad mucho más cercana para él de lo que correspondería por su juventud.

Pero es curioso cómo  la historia se repite. Hace tiempo vi otro reportaje parecido pero referido a un surfista famoso. La misma edad, un aspecto muy similar, una forma de hablar y de pensar muy parecidas. La misma manera de acabar sus días. Él también protagonizaba escenas de gran belleza en el agua sobre su tabla, y también decía las mismas cosas sobre la muerte con los mismos gestos, le dejaba el mismo estado de ánimo.

Es como si tuvieran un sino trágico que hubieran aprendido a aceptar con resignación, y que se termina cumpliendo inexorablemente. Me produjo mucha melancolía. Por qué en el momento que el ser humano intenta superar sus propios límites se encuentra siempre con la misma respuesta, con el mismo trágico resultado. A ellos parecía no importarles mucho. Lo que sentían mientras practicaban esos deportes extremos daba un significado a sus vidas, era como una droga, y esos ratos de disfrute salvaje justificaban el riesgo, la posibilidad de tener una corta existencia.

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