sábado, 27 de agosto de 2011

Miguel Ángel y el amor


Estoy sorprendida y encantada con los progresos de Miguel Ángel en el Hospital de Dïa. Allí han conseguido sacar de él a una personita encantadora que hasta ahora permanecía oculta en lo más recóndito de su ser y que ni yo misma conocía. Sólo había vislumbrado en ocasiones breves atisbos de ella.

Está sucediendo muy deprisa, como si todas las cosas que conforman su personalidad salieran de repente en tropel en cuanto alguien les ha abierto la puerta de la jaula en la que estaban confinadas. Y además coincide con un periodo de su vida, la adolescencia, que ya de por sí conlleva infinidad de cambios. Ha sido éste el momento propicio para que todo esto sucediera, cuando Miguel Ángel está en plena transformación.

Y con esa transformación llegan las necesidades propias de su edad. Siempre se ha fijado en las chicas, pero sólo en una ocasión, en la época del colegio, cuando estaba en penúltimo curso, hizo objeto de los anhelos de su corazón a una, de la que todos estaban loquitos: que si ha pasado por mi lado y ha rozado mi mesa con el pompis, que si estaba cerca de ella y ha hecho así con el pelo (chas, chas) y me ha tocado… Tenía sólo 10 años y sin haber experimentado nada parecido antes se encontraba enamorado y no de cualquier manera.  

Como era de esperar la niña no le hizo más que un poco de caso. Cuidaba de su ejército de fervientes admiradores lo justo. Le gustaba jugar con ellos, con sus ilusiones, gozaba atormentándolos porque quería que todos absolutamente estuvieran pendientes de ella.

Desde aquel entonces Miguel Ángel no volvió a dar muestras de amor por ninguna otra chica. La que le había gustado estuvo en su clase al pasar al instituto y lo único que le producía era indiferencia. Me empezaba a tener un poco preocupada, porque al llegar a la adolescencia es precisamente cuando más interesados están en estos asuntos. Supuse que su estado psíquico le impedía llevar una vida normal en ese y en todos los sentidos, hasta que en el sitio al que va ahora le abrieron la mente y el corazón.
Artemisa se llama el objeto de sus desvelos, una compañera de terapia. Nombre de diosa, cómo no. La primera vez que ella se incorporó al grupo Miguel Ángel me lo comentó, cosa que no suele hacer, y ya por entonces me llamó la atención ese nombre tan mitológico para una chica.

Lo cierto es que hace poco él se había atrevido a decirle algo sobre lo que sentía y ella había escurrido el bulto. Él me dijo que ella se comportaba de forma equívoca, que daba a entender cosas que luego no eran verdad, que le gustaba caldear el ambiente y nada más. “Mamá”, me dijo con una sonrisa triste, “si con la medicación que estoy tomando es imposible que me venga abajo”.

Si supiera mi niño lo corriente que es todo eso, da igual que seas experto o inexperto en el amor, da igual los años que tengas, pasa en cualquier momento de la vida y te hace quedar como un pardillo aunque no lo seas. Miguel Ángel estaba un poco resentido y dijo alguna que otra cosa poco laudable respecto a ella, pero no me gusta que hable así. No sabe que la que sale perdiendo es ella, todos los que quieren dar un paso y se echan para atrás es una oportunidad de crecer y disfrutar que pierden. El que es rechazado por lo menos ha hecho las cosas con el corazón, con nobleza, como ha creído mejor, y eso dignifica a la persona. El corazón un poco roto al final, eso sí, pero generoso, auténtico.

Desde aquella experiencia del colegio pude colegir que se trataba de un ser muy emotivo, muy sentido en esto del amor, capaz de pasiones profundas y duraderas. No es un frívolo superficial, tan corriente hoy en día, el típico picaflor, hoy con una mañana con otra, incapaz de interiorizar nada que no sea la satisfacción de sus propias necesidades. Seres limitados, sin luz, que van dando tumbos de un lado para otro sin rumbo fijo, que cuando llegan a adultos o continúan en las mismas hasta el final de sus días, incapaces de plantar raíces profundas con nadie ni en ninguna parte, o se unen a personas de las que no tardarán en cansarse, como es su costumbre, para llevar una vida frustrante a la que nunca encontrarán color.
Miguel Ángel, reservado con sus asuntos personales, me sirvió el principio y el final de su historia amorosa en el mismo plato. No me había dicho que le gustara nadie, y antes de empezar ya me anunció su fin. Yo intenté animarle diciendo que esto era sólo el inicio de sus peripecias sentimentales, y que cuántas otras cosas le podrían ocurrir a lo largo de su vida que podrían dañar su corazón y que tendría que aprender a sobrellevar con valor. Ya sólo el hecho de que tomara la iniciativa en algo así me complació enormemente, porque me preocupaba pensar que su timidez le impidiera desarrollar esta y otras facetas.

Su espíritu y su mente se están abriendo al mundo. Me parece que es como el milagro de Anna Sullivan, cuando aquella profesora conseguía que la joven sorda, ciega y muda empezara a percibir en todas sus dimensiones la realidad que la rodeaba, después de muchos y angustiados esfuerzos. Realmente es un milagro.

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