martes, 23 de agosto de 2011

Piratas del Caribe


Desde luego, cuando un tema en el cine es taquillero casi seguro que luego nos van a llover las segundas, terceras, cuartas y tantas partes como sea necesario hasta agotar el filón. Y esto es porque hay muy pocos filones actualmente en el mundo del celuloide.

Hace años los taquillazos se sucedían sin parar, y no precisamente porque los films fueran muy comerciales. El éxito entre el público estaba garantizado porque había talento a raudales, y calidad. El Óscar era la rúbrica y el reconocimiento a un trabajo bien hecho, pero no imprescindible para que una película pasara a los anales. Daba igual el género que se tratase, aventura, comedia, drama, oeste, suspense, todo valía con tal de que tuviera algo que decir, y de una forma única.

Con Los piratas del Caribe asistimos a una de estas interminables sagas, en las que son los efectos especiales y la imaginación de los guionistas a la hora de idear situaciones los que priman, en detrimento de argumento y diálogos. La maestría del actor como intérprete se considera menos importante que su habilidad para rodar escenas arriesgadas. Hoy en día se gastan indecentes sumas de dinero en un amplio despliegue técnico, cuando en realidad por mucho menos se hacían películas antes que pasaban a la posteridad, y con muchos menos efectismos. Es como la botella de champán que se descorcha: mucho ruido, mucha espuma, y luego nada.

Así pasa que cuando veo alguna de las muchas partes de Los Piratas del Caribe, tengo una sensación de tedio, por la poca garra de la historia, la falta de fuerza de los diálogos y la insulsez de la pareja protagonista. Tan sólo me saca de la somnolencia la aparición en escena de alguno de los trucos visuales que, debo decir, no he visto en ninguna otra película antes. Ya en la 1ª parte aluciné con los piratas fantasma que, a la luz de la luna, mostraban su verdadera apariencia, esqueletos andantes con harapos piratescos. Cuando caminaban por el fondo del mar impresionaba verlos convertidos en un siniestro ejército de huesos que avanzaba con determinación iluminados por la luz crepuscular que se filtra a través del agua. Sólo cuando pasan por debajo de un barco recuperan su aspecto humano, momentáneamente cubiertos por la sombra de la nave.

La escena en que millones de cangrejos, con apariencia de tersas piedras ovaladas desgastadas por las corrientes marinas se meten bajo el barco de Jack Sparrow, el personaje más celebrado, interpretado por el inclasificable Johnny Deep, y lo desplazan por las dunas del desierto, como si flotara en un océano de arena, hasta su botadura en el mar, es de una plasticidad y una originalidad sin parangón. Es una imagen sumamente hipnótica y relajante ver un barco navegando por el desierto.

El remolino gigantesco que provoca Calypso, la mujer confinada en un cuerpo mortal, que alcanza proporciones colosales cuando por fin es liberada de la maldición que pesa sobre ella, es de una belleza aterradora. Los barcos cañoneándose, mientras dan vueltas sin cesar en torno a ese agujero que se ha abierto en el mar, con las olas amenazantes espoleadas por el tormentoso viento y las ráfagas de lluvia torrencial, es un espectáculo magnífico. El Maelstrom es como he leído que se llama a ese gran remolino.

La aparición del Kraken, esa especie de pulpo gigantesco y devorador, produce una mezcla de repugnancia y temor. La forma como mete sus múltiples tentáculos por los agujeros donde están situados los cañones, y va aprisionando a los marineros y destruyendo todo lo que encuentra a su paso, hasta que dobla el barco sobre sí mismo, como si fuera un sándwich, y se lo lleva al fondo del mar, está increíblemente ideado y recreado. La escena, con la que termina creo que la 2ª parte, en la que engulle a un Johnny Depp por una vez valeroso, pues se enfrenta al monstruo espada en ristre y en una postura muy épica, esa boca de pulpo de tamaño desproporcionado, es una de las más asquerosas que he visto nunca.

La rueda gigantesca que se desplaza a través de la selva mientras tres de los protagonistas no dejan de luchar con sus espadas, o el balanceo del barco cuando su tripulación va corriendo de un lado a otro de la cubierta hasta ponerlo boca abajo y aparecer en otra dimensión al volverse a dar la vuelta, están magníficamente rodados. O la lucha con espadas a tres bandas en la playa, auténtica coreografía digna de ser vista.

A parte de lo accidentado del rodaje, pues los tifones se sucedían sin cesar y paralizaban el rodaje durante semanas, y además Johnny Deep se tuvo que ausentar durante bastante tiempo en una de las partes porque su hija cayó gravemente enferma y no regresó hasta que se recuperó, se puede decir que Piratas del Caribe es una versión moderna de las películas de ojos de parche y patas de palo a la que ya estábamos acostumbrados, y que deja un regusto salado de agua de mar en la boca.

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