lunes, 15 de agosto de 2011

La escena española


Me conmovía, al ver hace poco en televisión 25 fotogramas,  las vivencias que contaban algunos de los actores y actrices de nuestra escena, esbozos de una existencia dedicada a la interpretación que les ha marcado para siempre. Me gusta porque en las entrevistas les hacen preguntas que nunca se llegan a oir, sólo se les ve a ellos respondiendo, o aprovechando la ocasión para elucubrar sobre su carrera y sobre la vida en general.
El programa que vi estaba dedicado a Javier Cámara y Charo López. Cámara no es precisamente uno de mis actores preferidos, aunque está muy de moda últimamente porque el personaje en el que se le ha solido encasillar, un calvorota infeliz con gafas de culo de vaso y cuerpo fofo que tiene muy buen corazón, cae bien entre el público. Pero Cámara tiene una forma de hablar, que aunque recuerda los tics de esos mismos personajes que interpreta (nunca un personaje tuvo tanto del propio actor), consigue llegar al corazón del que le escucha por su sinceridad y su sencillez. Tiene un sentido del humor muy peculiar, mezcla del que sería propio de un niño y una persona algo inestable.

Javier Cámara decía que su profesión le había servido para escapar de un entorno que no le gustaba, el de su pueblo. Miraba con aprensión la rudeza de la vida del campo (su padre era agricultor), la penuria y la estrechez de miras del medio rural. Cuando empezaba en el teatro tuvo una época en que se encontraba muy enfermo (los nervios debían ser), y llegó a tirar la toalla, regresando a su pueblo desmoralizado, hasta que alguien al que le había gustado un trabajo que había hecho le llamó. Decía querer seguir considerando el mundo de la interpretación como un juego, porque en el momento que empezara a tomarlo demasiado en serio le iba a entrar el pánico y ya no sería capaz de actuar. Es terriblemente nervioso e inseguro.

También dijo que no sabía muy bien cómo había conseguido llegar al lugar en el que ahora estaba. Con una enorme modestia afirmaba que quizá habían sido un cúmulo de circunstancias, sin atribuirlo a los propios merecimientos, pero que tampoco era algo a lo que quisiera darle muchas vueltas. Lo importante es que estaba ahí, que nunca había imaginado que esto iba a ser así, y que el camino estaba siendo precioso.

Charo López es lo que yo llamo una actriz de carácter, especie en peligro de extinción de la que ya quedan muy pocos ejemplares. Cuando hizo Los gozos y las sombras, que fue cuando se dio a conocer, recuerdo que me impactó enormemente su forma de interpretar, pues dotó a su personaje de una hondura, un desgarro y un dramatismo como no había visto nunca, y al mismo tiempo de una ternura y una sensualidad distinta a lo que yo conocía. Muchos otros papeles de mujer dura vapuleada por la vida le han dado después, pero aquel personaje inicial me impresionó enormemente y creo que lo llevará ya escrito en su piel y en su alma para siempre.

Su voz tan grave, su belleza y la rotundidad de su cuerpo le han proporcionado papeles de mujer de raza, pero con los años su físico ha cambiado completamente. Me sorprendió al verla en la entrevista lo gordita que se había puesto, ella que siempre tuvo una figura magnífica y un rostro anguloso, pero su mirada tan profunda y oscura seguía siendo la misma. Se quejaba de ese cambio, y medio en broma medio en serio le echaba la culpa al mundo de la farándula y al de la prensa de que ella se hubiese terminado considerando hermosa, porque ahora que ya no lo era le costaba admitirlo. "Tenéis que hacer algo al respecto", le dijo al entrrevistador. Charo López siempre logra conmoverme, es un ser muy profundo, muy especial.

La compararon siempre con Ava Gadner por su aspecto y su forma de interpretar, pero ella dijo que un cierto parecido sí tenían pero poco más. Consideraba que la actriz norteamericana había hecho buenos papeles pero que podía haberse sacado más partido, haber llegado más lejos en su carrera. Lo importante no es lo de fuera sino lo que tienes dentro, y Ava fue víctima de su belleza, de su enorme atractivo animal.

Charo piensa que lo importante no es la fama que alcances ni cuánto dinero ganes, sino el conseguir llegar a la gente, que lo que hagas cale hondo entre el público, que te recuerden por un personaje y que nadie sea capaz de asociarlo con ninguna otra persona que no seas tú.

También dedicaron unos minutos a Constantino Romero, el gran doblador de actores como Clint Eastwood. Dice que es como ser un actor en la sombra, y que el actor norteamericano le ha proporcionado muchas alegrías mientras doblaba sus películas. Cuando hizo lo propio en Gran Torino, dice que sintió una emoción especial porque fue el único personaje que interpretó a lo largo de su dilatada carrera en el que moría al final. Le pedía a Eastwood, entre juguetón y jocoso, que volviera al cine, aunque fuera para hacer una película más.  

A Constantino Romero le han llegado a parar montones de veces por la calle para que dijera la frase aquella de Stars wars que le hizo famoso: “Yo soy tu padre”. Dice que no tiene reparos en complacer a la gente, pero le resulta extraño decir eso porque no tiene hijos. Esa voz tan varonil, tan grave y profunda, tan interesante, es la que hace ser reconocido como uno de los mejores de su profesión. Y es muy ceremonioso hablando, tiene una educación exquisita.

Hay una cantera de intérpretes en nuestro país, y de dobladores, que en nada tiene que envidiar a Hollywood. Muchos no quieren ir allí, aunque les ofrezcan oportunidades, como dijo Javier Cámara, porque saben que es otro mundo, y ese mundo no es el suyo. Se puede llegar a ganar mucho dinero, pero el reconocimiento y el cariño del público nunca será como el que tienen aquí.

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