Casi nunca veo los telediarios desde hace ya mucho tiempo, aunque soy perfectamente consciente de que es algo impropio de una licenciada en periodismo. Son tantas las truculencias que en ellos aparecen, y siempre a la hora de comer o de cenar, que hace que se me revuelva el estómago, su sola visión me hace desistir del empeño, el poco que aún me quedara, de estar informada. Prefiero leer la prensa escrita, menos impactante que las imágenes de televisión, y a veces mucho más esclarecedora, pues uno no se deja llevar por el impacto que lo visual tiene, y además da tiempo a reflexionar.
Lo que leo deja al periódico ciertamente reducido a su mínima expresión, pues paso por alto los deportes, los sucesos, la crónica social, las necrológicas, y a la sección de economía apenas le echo un vistazo. Leo las noticias nacionales con cierto fastidio, pues se repiten hasta el aburrimiento las mismas fechorías llevadas a efecto por los mismos malhechores, como en un eterno culebrón. Los artículos de opinión sólo según quién los escriba y dependiendo del tema que traten. Lo que más me interesa siempre son las noticias internacionales.
Pero estas vacaciones en la playa, como mi familia sí ve los telediarios, no pude por menos de prestar cierta atención yo también a lo que en ellos se decía. Para mí el mejor con diferencia es el que presenta en Antena 3 Lourdes Maldonado. Tiene un nuevo formato que yo desconocía, en el que los locutores ya no aparecen sentados frente a una mesa diciendo las noticias, sino que se pasean por el estudio junto a una enorme pantalla panorámica en la que aparecen las imágenes y en la que se conecta con los reporteros que están fuera de la emisora. Es muy espectacular. Se hace muy extraño poder ver a los presentadores de cuerpo entero, acostumbrados como estábamos durante tantos años a verlos nada más que de cintura para arriba.
Lourdes luce con garbo una figura magnífica y un estilismo muy bonito, tiene un gusto maravilloso para la ropa, peinado, maquillaje y complementos. Es extraordinariamente comunicativa, pues lo menos que se le pide a un periodista televisivo es que sepa transmitir. Muy expresiva, guapa, simpática, inteligente, emana cercanía, dulzura, consigue que ver un telediario no se convierta en el asunto tedioso y repetitivo de todos los días, sino que te hace sentir a gusto, cómodo, casi como si te estuvieras asomando a una ventana desde la confortabilidad de tu casa. En su momento, cuando se dijo que el príncipe Felipe estaba saliendo con una locutora de televisión, antes de saber que se trataba de Leticia, pensé que era Lourdes Maldonado.
Luego hay en esta televisión que nos invade, otras sorpresas menos agradables. Como cuando descubrí haciendo zapping al siempre admirado Juan Manuel de Prada conduciendo un programa en el canal Intereconomía con el relamido título de Lágrimas en la lluvia, y de una manera que echa para atrás. Resucita la tediosa fórmula que Jose Luis Balbín desarrollara hace años con su famoso La clave, en el que se presentaban a una serie de contertulios, se hacía el pase de una película y después había un debate sobre el tema principal del largometraje. Como este programa lo emitían bastante tarde, recuerdo que duraba hasta las tantas de la madrugada. Eso, y el hecho de que solía ser enormemente aburrido, hacía que prefiriera dormir en mi cama antes que en el sillón intentando prestarle atención.
En esta ocasión, los diálogos de los contertulios son igualmente insípidos, carecen de interés parecen más bien una sucesión de monólogos que unos y otros emiten sin llegar a haber un auténtico intercambio de ideas. Juan Manuel de Prada carece de la consistencia que tuviera en su momento Balbín, es un tímido presentador con una vocecilla de colegial empollón que introduce algún inciso sólo de vez en cuando, en medio de los larguísimos discursos de los contertulios. Prada es un hombre preparadísimo, muy sensible, maravilloso escribiendo artículos, y es a eso a lo que debería dedicarse exclusivamente. Ni siquiera como novelista tiene la imaginación y la garra suficientes como para despertar interés alguno, no el mío por lo menos. Mi madre dice que lo ha escuchado en algunos programas de charlas mañaneras tiempo atrás en televisión, en los que participaba como contertulio, y cuando le preguntaban que por qué casi no decía nada, siempre respondía que porque nadie le cedía la palabra, pues todos estaban demasiado ansiosos por dar su opinión interrumpiéndose unos a otros, y él no encontraba ocasión para intervenir. Supongo que es un hombre muy educado, y no todo el mundo está a ese mismo nivel. Y suele ser también el problema de los que somos tímidos, cuando estamos en alguna reunión social.
Ahora que se terminaron las vacaciones he vuelto a mi costumbre, o necesidad según se mire, de no ver telediarios. Ya no necesitan advertirme previamente de que las imágenes que se van a ver a continuación pueden dañar mi sensibilidad. Directamente cambio de canal o apago la televisión. No me interesan los programas en los que no hay más que carnicerías, en los que sólo se muestran las podedumbres del mundo. De todos modos ya me enteraré de lo que acontezca por ahí, todo se termina sabiendo, queramos o no.
2 comentarios:
Pues yo veo Lágrimas en la lluvia, y me encanta.
Lo volveré a ver más detenidamente a ver si le encuentro otras resonancias...
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