lunes, 12 de septiembre de 2011

La piel que habito


Se esperaba con impaciencia la nueva película de Pedro Almodóvar, La piel que habito, y con ella comprobamos que con los años se está volviendo cada vez más descarnado, y nunca mejor empleado este adjetivo porque en este film le arranca literalmente la piel a uno de sus protagonistas para convertirlo en otra persona.

El afán transformista del director manchego ya ha tenido sus precedentes, como cuando hizo travestirse a Miguel Bosé en Tacones lejanos, fantasía sexual que sin duda deseaba desde hace tiempo llevar a cabo (el hombre bello y ambiguo convertido en mujer).

Siempre le ha gustado jugar con el equívoco, el ser o no ser, las apariencias que engañan. Un hombre joven que es cambiado de sexo tras un lento y doloroso proceso en castigo por una acción infame. El autor de los hechos, un interesantísimo Antonio Banderas convertido en un apuesto galán maduro, misterioso e inquietante, que se termina enamorando de su creación, o más bien obsesionándose con ella. Una nueva lectura del clásico Frankenstein, la eterna fijación del científico que pretende hacer lo que nadie antes ha conseguido hacer y que termina destruido por su monstruo. Banderas es otra persona desde aquellos primeros años en los que se dio a conocer de la mano de Almodóvar. Su dicción es muy buena, su forma de interpretar muy natural, resulta realmente convincente.

Será ese quizá el sueño nunca declarado de Pedro Almodóvar, el de casi todos los homosexuales, de poder vivir en un cuerpo de mujer, y que la transformación sea tan perfecta como la que él ha recreado. La piel de Elena Anaya, tan blanca y limpia, es retratada por la cámara del director en unos primeros planos casi compulsivos. Siempre obsesionado por las superficies lisas, puertas con pomos y paredes sin adornos, todo en tonos pastel, o por las geometrías, a través de objetos cotidianos como un adorno de una casa, una cama con sugerentes sábanas negras con simétricos bordados en blanco. Recuerdo su afición al rojo en los tiempos de Mujeres al borde de un ataque de nervios, con aquellos labios, uñas, vestidos, gazpachos en tonos tomate reventón.

También el afán de posesión tiene antecedentes en su cine, como en Átame, el secuestrar a una mujer, encerrarla como si fuera un animal precioso y codiciado, hacer con ella lo que el hombre quiera, dominarla hasta conseguir su absoluta entrega, aunque sea sólo en apariencia.

Almodóvar tiene unos tics muy marcados cuando enfoca la cámara. Los protagonistas no son lo único que cobra importancia en el desarrollo de sus tramas, también los ambientes, los decorados, el color. Cada vez parece más obsesionado con la perfección estética. El rostro de Elena Anaya casi no es real por la ausencia de imperfecciones físicas. Tendida en la cama o sobre una camilla, sus pechos se muestran como dibujados con un compás, redondos e inmutables. El conjunto de efectismos visuales y tramas morbosas crea una curiosa mezcla de dramatismo y banalidad, nos hace recrearnos en detalles aparentemente inocuos pero que unidos generan una atmósfera opresiva.

Es habitual en él recrearse en los primeros planos de los rostros de sus protagonistas. A las actrices que han trabajado con él las ha reflejado de la misma manera: el mismo maquillaje, la misma expresión alucinada, angustiada, los ojos enormes que miran a la nada, como a punto de llorar. Así ha sido con Carmen Maura, con Victoria Abril, con Elena Anaya ahora.

Lo que sí está incorporando últimamente en sus películas son escenas de sexo. En La piel que habito es donde más ha hecho. Parece que hasta ahora no se había atrevido a abordar el tema abiertamente. Aunque tampoco en esto enfoca el asunto con naturalidad, son mujeres-víctimas, que sufren un abuso, o que fingen disfrutar por temor. Hay como un impedimento, una frigidez, y el hombre aparece como un animal incapaz de contener sus instintos más primarios.

Almodóvar decía en una entrevista que le hicieron cuando estrenó la película que se daba cuenta del cambio que en él se ha producido a lo largo de los años, desde aquellas primeras películas suyas que le lanzaron a la fama, en las que predominaba el humor desquiciante y la comedia desaforada, hasta la actualidad, en la que prima la oscuridad. Afirma que no es algo premeditado, sino que es producto de su evolución natural, porque la vida le va pesando. Se ha vuelto más sombrío.

Sin embargo el interés que sigue despertando Pedro Almodóvar radica en la originalidad de su estilo, en el enrevesamiento de sus tramas argumentales, en los giros inesperados. Gusta fuera de nuestras fronteras, donde se busca lo nunca visto antes.

A pesar de no ser un director que me plazca precisamente, siempre me despiertan curiosidad sus propuestas. Me pregunto de qué será capaz la próxima vez, a qué se atreverá. Nos hace preguntarnos también con esta última película cuál es realmente nuestra piel, en qué piel habitamos.

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